“Diez objeciones a
la Misa Tradicional”
Santa Misa Tridentina
Tan grande es la confusión y falta de
conocimiento sobre la misa tradicional que hemos querido resumir en 10 puntos
las objeciones más habituales que se oyen entre la gente. Nuestra esperanza es
contribuir a la aclaración de ciertos puntos. Pero si los lectores solicitan
otras puntualizaciones, estamos a disposición, lo mismo que abiertos a las
correcciones de los doctos en el tema.
1) Fue
abolida por el Concilio Vaticano II / el papa Paulo VI.
Primero, la liturgia
tradicional del rito romano vigente durante 20 siglos no podría haber sido
abolida. Tampoco había caído en desuetudo, porque era el rito más común de la
Iglesia latina hasta 1969, dado que los otros están muy vinculados con
tradiciones particulares de ciertas regiones. Esto lo acaba de confirmar
nuevamente el Papa Benedicto XVI en su Motu Proprio Summorum Pontificum.
Segundo, la Bula Quo Primum Tempore, de San Pío V que canoniza la
codificación del rito, la autoriza a perpetuidad. Así pues, en el número XII de
sus prescripciones dice: “Así
pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni
ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto,
orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y
prohibición.
“Más si
alguien de atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de
Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.”
2) Fue
una reforma del Concilio de Trento y del papa Pío V, equivalente al Vaticano II
y al papa Paulo VI
En sentido propio no fue una “reforma”,
sino el ordenamiento y la codificación de la tradición litúrgica del rito
romano. No se impuso por la fuerza y solo se prohibieron los ritos particulares
con menos de 200 años de antigüedad que abundaban bajo el nombre de
“galicanos”.
El Vaticano II nunca
mandó abolir el rito romano. En la práctica posconciliar se “fabricó un rito
nuevo” y la iniciativa, tolerada por el Papa Paulo VI, es verdad, de realizar
una prohibición “de facto” nació especialmente del celo antitradicional de
Mons. Bugnini. Esta iniciativa tan a contrapelo de la tradición litúrgica
motivó muchas objeciones, entre las que destaca el trabajo crítico de los Cardenales Bacci y Ottaviani.
3) Es
una liturgia muy europea, poco apta para misionar o para los pueblos del
“tercer mundo”. Es una liturgia restringida a la mentalidad occidental latina.
El rito romano es el más amplio,
ecléctico y tradicional de todos los que están en uso en la Santa Iglesia
Universal. Ha tomado elementos de todas las tradiciones litúrgicas, por lo cual
es la más antigua, la más universal y además, la propia de la Sede universal
petrina. Conserva formas de la liturgia griega en esta lengua o en latín, el
riquísimo aporte de los salmos del Antiguo Testamento, tanto en el misal como
en el oficio divino y el ritual sacramental. Inclusive muchos términos hebreos,
como aleluya, amén, sabaoth, hosanna, y otros propios del leccionario.
Por otro lado, merced a la intensa labor
misionera en América, Asia y Africa, es la más difundida en todo el mundo,
donde ha sido aceptada sin resistencia.
4) El
latín es incomprensible. Aleja a los fieles de la celebración.
El latín es la lengua madre del
castellano, francés, rumano, portugués, catalán, italiano, y tiene una fuerte
influencia en el inglés y el alemán. Es una lengua con la que todos estamos familiarizados,
y usamos muchas veces su léxico creyendo utilizar términos en inglés (super,
index, lexicon, & (et), curricula, comfort, media, etc.).
Los misales para fieles, además de ser
extraordinarios instrumentos de devoción, hacen imposible que una persona
medianamente instruida tenga dificultad para entender los textos de la
ceremonia, o su sentido, puesto que las rúbricas no solo son claras, sino que
son estables, no cambian a gusto del celebrante.
Tanto la homilía como las lecturas de la
epístola y el evangelio se realizan ritualmente en latín y luego se traducen a
la lengua vernácula para los que no quieran usar misal.
Usualmente se edita una hoja volante con
el propio de cada domingo (introito, colecta, gradual, epístola, evangelio,
ofertorio, comunión, secreta, poscomunión…) en los lugares donde actualmente se
celebra la misa tridentina. Con una carilla el fiel puede tener a la mano lo
que cambia domingo a domingo (el propio) En cambio las partes fijas (el
ordinario) rápidamente se aprenden de memoria, precisamente porque son “fijas”.
Niños de primera comunión saben estas partes rezadas y hasta cantadas por
haberlas oído rezar o cantar, casi sin ningún esfuerzo.
Finalmente, si aleja a los fieles, hemos
de remitirnos a los hechos. Las comunidades de misa tradicional crecen a un
ritmo muy superior a la media de las de misa nueva. No por nada el Papa la
apoya con tanta insistencia su restauración.
5) En
la misa tridentina no se puede “participar”.
Primero hay que tener en claro de qué
forma puede participar un seglar en la liturgia, conforme a las normas
litúrgicas tradicionales.
Fuera del acolitado de
los laicos varones o la participación en la schola
cantorum, (coro) los seglares no intervienen en la ceremonia liturgica.
Participan de los diálogos litúrgicos con el sacerdote, las oraciones, las
procesiones, el canto, la comunión… No parece poco. Queda claro que el
sacerdocio que habilita a celebrar, leer o predicar es el ministerial, y por lo
tanto quienes no formen parte del clero -y según el grado de las órdenes
recibidas- no “protagonizan” la liturgia.
Los fieles no administran la comunión,
no la reciben en la mano (la Madre Teresa de Calcuta decía que el
mayor mal de estos tiempos era recibir la comunión en la mano…). Van a misa a
adorar, pedir perdón, ofrecer espiritualmente la oblación junto con el
sacerdote, a recibir sacramentalmente a Nuestro Señor Jesucristo, pedir
gracias, sufragar con sus oraciones las almas del purgatorio, pedir por los
vivos, conmemorar al papa y al obispo. En definitiva a adorar a Dios,
santificarse y rezar por la santificación de los fieles y de los que no lo son.
6) Se
descuida la enseñanza y el adoctrinamiento de los fieles quitándole importancia
a la “liturgia de la palabra”.
La misa no tiene por
función adoctrinar a los fieles.
Solo una parte de ella se dedica a esto, hoy llamada “liturgia de la palabra”
siguiendo la terminología de la nueva teología litúrgica. En el rito
tradicional se denomina “misa de los catecúmenos”, es decir, de los que están
siendo adoctrinados para recibir el bautismo.
No es posible olvidar
la propedéutica litúrgica: primero el sacerdote
reza oraciones al pie del altar. Principalmente salmos penitenciales, disponiendo
el ánimo a la contrición del alma para poder celebrar los sagrados
misterios. Recién cuando se ha hecho este acto penitencial sube el celebrante
al altar. La misma disposición deben guardar los fieles. Luego del último acto
de contrición (rezo o canto en griego del Kyrie (Kyrie
eleison, Christe eleison, Kyrie eleison), tres veces cada frase alternando con
los fieles, comienza la partedirigida
principalmente a la instrucción en la doctrina, o parte docente
propiamente dicha. Lecturas y homilía. Luego se reza la confesión de Fe, Credo,
y da comienzo el ofertorio, o misa propiamente dicha. Esta parte se
dirige a nuestra fe, convocándonos a la adoración del misterio.
La Iglesia nos invita a disponernos con
humildad a la celebración, luego nos instruye, nos invita a confesar la fe y
finalmente a contemplar y adorar el misterio de la eucaristía. Muchísimos
gestos y oraciones tienen por función implorar a Dios sea propicio y aceptable,
por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo y de sus santos, este ofrecimiento.
De modo que no se
descuida la doctrina, sino que se gradúa según la importancia que tiene en el
acto sacrificial. Otras actividades extralitúrgicas se dedican especialmente a
la doctrina. Sin embargo, no perdamos de vista el carácter intrínsecamente
didáctico de la liturgia que resume el antiguo apotegma: la ley
de la oración es la ley de la fe. Eso que rezamos nos instruye en la
Fe porque es lo que creemos.
7) El
sacerdote desprecia a la asamblea, da la espalda a los fieles, realiza toda la
ceremonia en el presbiterio.
El sacerdote se “orienta”, es decir,
mira al oriente, hacia el monte calvario (como los musulmanes miran a La Meca,
centro espiritual de su religión). Normalmente la misa debe celebrarse sobre un
altar (no una mesa) “orientado”. Este debe ser preferiblemente de piedra y en
caso que no pueda hacerse al menos tener el ara o piedra de altar, lugar sobre
la cual se realiza la consagración. Esta piedra está tiene dentro reliquias de
santos mártires. Los altares son consagrados, porque simbolizan el cuerpo de
Cristo. Por eso se los besa, se los incienza y se lo adorna y reverencia.
Cuando el Santísmo está en el sagrario, se hace una genuflexión al pasar frente
a él. Pero aún cuando no lo está, se hace una reverencia profunda ante el
altar, porque es un lugar sagrado.
En medio del altar está el Sagrario,
lugar de reserva de la Sagrada Eucaristía para su adoración y administración a
los fieles. Es el sancta sanctorum, que viene de la tradición hebrea, el lugar
donde solo tiene acceso el sacerdote. En la liturgia oriental esta reserva es
mucho mayor, llegando a cerrar el altar detrás de puertas (iconostasio) que
solo se abren durante la consagración.
Por el costado derecho del altar (lado
del evangelio) una lámpara votiva que se alimenta de aceite arde en honor a
Cristo y señala su presencia. Cuando el sagrario está cerrado y las sagradas
formas no están expuestas, debe realizarse una genuflexión simple al pasar frente
a él. Cuando está expuesto, ambas rodillas se doblan y se hace una reverencia
profunda. Por eso también se persigna el católico al pasar frente a una
iglesia, para dar señal de reverencia a Cristo sacramentado.
El altar está como mínimo a tres gradas
sobre el nivel de los fieles, simbolizando el Gólgota y a la vez la jerarquía
del cuerpo místico cuya Cabeza es Cristo mismo. Al altar sigue el presbiterio,
es decir, el lugar de los clérigos o de los consagrados al servicio del altar.
Durante la liturgia, salvo el acolitado de los varones laicos, ningún otro
seglar tiene función alguna.
De modo que los fieles no son los
protagonistas puesto que no se trata de una conferencia, o reunión social, sino
de un rito de adoración celebrado por el sacerdote, que es otro Cristo,
pontífice entre Dios y los hombres. Pero en la “misa de los catecúmenos” o
cuando el rito impone saludar, bendecir, absolver, o dirigirse a los asistentes
por medio de una homilía, etc. el sacerdote mira al pueblo fiel. La liturgia es
una escuela de cortesía, jamás se dirige el sacerdote a los fieles sin
mirarlos.
8) Las
mujeres se ven forzadas a usar un velo en señal de sumisión.
El uso del velo en el
templo es mandato apostólico de San Pablo a la mujer. El apóstol de las gentes,
que ha atestiguado muchas tradiciones litúrgicas, dice en su epístola primera a
los Corintios, “Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza
del varón como el varón es la cabeza de la mujer y Dios lo es de Cristo. … Por
lo tanto, debe la mujer traer sobre la cabeza la divisa de la sujeción a la
potestad, por respeto a los santos ángeles”. (I Cor, 11, 4 y 10). Esta divisa es un
velo, que en la tradición hispana ha dado lugar a la creación de magníficas
mantillas, muy apreciadas por su belleza y arte. De hecho la tradición se
mantiene en los trajes de bodas de las novias.
9) Solo
se puede comulgar de rodillas y en la boca, no de pie ni en la mano.
Recordemos que en el Santísimo
Sacramento está realmente presente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo. Hay presencia real.
El modo de recibir la comunión es
variable según los ritos. El romano tradicional lo ha establecido de rodillas,
bajo la especie del pan (ácimo) en forma de delgada lámina para minimizar el
riesgo de que las partículas caigan ya fin de que se facilite la manducación.
Por ese mismo motivo el sacerdote que ha
consagrado mantiene los dedos índice y pulgar de la mano derecha juntos hasta
la purificación posterior a la comunión de los fieles: para evitar que
partículas de la forma consagrada caigan. Y por eso se coloca una patena o
bandeja bajo el mentón del fiel al comulgar, a fin de recoger las partículas,
en cada una de las cuales está entero el sacramento.
La comunión en la mano fue impuesta por
la fuerza y luego indultada para Holanda, donde se comenzó la práctica ilegal,
por Paulo VI. Finalmente, de un modo irregular se impuso en muchos lugares
donde no era ni requerida ni practicada. Hoy, curiosamente, en numerosas
iglesias “prohiben” comulgar de rodillas y en la boca, cuando ésto es lo que
manda y recomienda la Iglesia.
10) No
se concelebra, desdeñando un signo de unidad y caridad entre el clero y los
gestos de amor fraterno. Celebran misas privadas sin fieles
En el rito tradicional no se concelebra
salvo en las ordenaciones presbiteriales o en las consagraciones episcopales.
Cuando dos o más sacerdotes concelebran, solo se celebra una misa. La
concelebración reduce el número de misas, las que, sean ya privadas o públicas,
siempre tienen un valor infinito. ¿Hay mayor caridad que ofrecer el Santo
Sacrificio? ¿Para que pide el Señor obreros en su mies, sino principalmente
para ofrecer el Santo Sacrificio?
El acólito representa al pueblo fiel. En
la misa privada, el diálogo ocurre entre el sacerdote y el pueblo, significado
por el acólico. Los fieles siempre están presentes de un modo espiritual.
Hay infinidad de signos rituales de
caridad que se observan dentro de la sobriedad del rito. Por ejemplo, el saludo
de paz, que viene de la tradición hebrea, se significa con una reverencia en que
se juntan la cabezas de los clérigos mientras acercan sus manos a los hombros
del saludado. El que comienza la ceremonia es el celebrante (no mero
presidente) quien recibe la paz de Cristo mismo, a quien representa y en cuyo
nombre la hace descender jerárquicamente a su diácono, subdiácono y clero y
fieles.
Por el contrario, los usos del rito
moderno nos privan de muchas gracias: las bendiciones que los sacerdotes
reiteradamente dirigen al pueblo durante la ceremonia. El “asperges” de las
misas solemnes, donde el celebrante asperja con agua bendita a los fieles y al
clero. La doble absolución (no sacramental) del sacerdote a los fieles después
del sendos actos de contrición. La solemne bendición final. Las oraciones
indulgenciadas que siguen a la misa cuando estas son rezadas.