BELLO MAGNIFICAT ESCRITO POR JUAN PABLO II
Adora, alma mía, la gloria de tu Señor,
el Padre de la gran Poesía, tan lleno de
bondad.
Él fortificó mi juventud con ritmo
admirado,
mi canto, en yunque de roble, ha
forjado.
Resuena, alma mía, con la gloria de tu
Señor,
Hacedor del Saber angelical, benévolo
Hacedor.
Apuro hasta los bordes la copa de vino,
con gratitud,
en Tu fiesta celestial –cual un siervo
orante–,
porque embelesaste extrañamente mi
juventud,
porque de un tronco de tilo tallaste una
forma rozagante.
¡Tú eres el Maravilloso, el Escultor de
santos tallados!
– Por mi camino hay muchos abedules y
robles numerosos.
– Soy como un surco soleado, un campo
sembrado,
como una arista joven y brusca de los
Tatras rocosos.
Bendigo Tu sementera, en Oriente y en
Occidente,
¡siembra, Labrador, tu tierra, con
generosidad!
Que, por la nostalgia y la vida, la
juventud incipiente
se vuelva un fecundo trigal, una
luminosa ciudad.
Que te adore la felicidad, el misterio
grandioso,
me hinchaste tanto el pecho con la voz
cantante,
permitiste en el azul hundir mi pobre
rostro
y mandaste a mis cuerdas melodías
incesantes.
Porque en esta melodía, como Cristo has
aparecido.
Mira delante –Eslavo– las luces
sanjuaneras...
El santo roble no perdió las hojas, tu
rey sigue vivo,
porque es amo de su pueblo y sacerdote,
y así era.
Adora al Señor, alma mía, por la
corazonada sigilosa,
por la primavera que entona los
sentimientos góticos,
por la juventud ardiente, la copa de
alegrías gozosas,
por el otoño similar a rastrojos y
brezos melancólicos.
¡Adóralo por la poesía; por la alegría y
el dolor!
La alegría de dominar el azul y el oro,
la eterna morada,
porque en palabras se encarne el gozo,
el gran ardor,
porque recoges esta madurez, esta cosecha
segada.
El dolor es la tristeza vespertina de
expresiones inefables,
cuando con el éxtasis ondeante nos
abraza la Belleza,
Dios se inclina hacia el arpa –mas el
rayo se quiebra
en la vertiente rocosa–, las palabras no
tienen fuerza.
Faltan las palabras. Soy como un Ángel
caído,
una figura en un pedregal, en un
pedestal de mármol;
Tú le insuflaste nostalgia a la figura y
brazos esculpidos,
por eso se alza, desea. De estos ángeles
soy.
Y aún Te adoraré, porque en Ti está la
hospitalidad,
premio por cada canto, el día de la idea
santa
y la alegría –vuelta canto del himno a
la maternidad,
y la palabra silenciosa de fidelidad–.
¡Elí más cabal!
Sé bendito, Padre, por la tristeza del
ángel,
por la lucha del canto contra la
mentira, combate inspirado del alma
y aniquila en nosotros toda la
mezquindad de la palabra,
quebrántala, y la forma, como a un
hombre mentecato que se jacta.
Ando por tus caminos –yo, el trovador
eslavo–.
En solsticios toco música a muchachas y
peones,
pero el canto de mi oración, con tonos
modulados,
lo arrojo a Ti Único, a Ti en el trono
de roble.
¡Sea bendito el cantar entre los
cantares!
¡De mi alma y de la luz, benditos sean
los sembrados!
¡Adora, alma mía, a Él, quien cubrió con
creces
mi espalda con el terciopelo y el raso
de los potentados!
Bendito tallador de santos, eslavo y
profeta,
–apiádate de mí– soy recaudador de
impuestos inspirado.
Adóralo, alma mía, con canto, cercana es
la meta,
para que el himno quede sonoro y
consumado.
Y que el himno sea: ¡Poesía! ¡Poesía!
La semilla añora como el alma que sufre
brechas,
mis caminos sean sombreados de robles y
acacias,
para que agraden a Dios las juveniles
cosechas.
¡Libro Eslavo de Añoranzas! Al final
sigue resonante,
como de coros de Resurrección, la
primaveral música,
con el canto santo y virgen, con la
poesía prosternante
y con el himno de humanidad, el Divino
Magníficat.